“(…)
En 1852, el problema seguía siendo como transferir el poder de los estados
provinciales a una unidad política más amplia, que tuviera en sus manos los
recursos públicos derivados del comercio y del crédito, así como la fuerza de
las armas. De otro lado, para lograr un nuevo marco de organización y
funcionamiento social, el orden se erigía como una cuestión dominante. Para muchos
intelectuales era la cuestión de fondo que permitiría el progreso. La idea de
orden excluía a todos aquellos elementos que pudieran obstruir el progreso
(montoneros, caudillos e indios, por ejemplo). Desde esta perspectiva, el orden
implicaba también definir lo que era la ciudadanía, en tanto se debía
establecer quiénes serían considerados miembros legítimos de la nueva sociedad.
El proyecto tenía, además, proyecciones externas. En efecto, su instauración
ayudaría a obtener la confianza en el exterior para atraer capitales e
inmigrantes, sin cuyo concurso la perspectiva del progreso era irrealizable. (ORREGO
PENAGOS, Juan Luis – 2005)
Durante
la década de 1850, la civilización frente a la barbarie fue la divisa de muchos
de los dirigentes en América Latina. Ella reflejaba la concepción que tenían de
sus países: una sociedad en la que sobrevivían elementos que se adjudicaban al
Antiguo Régimen, con comportamientos ‘irracionales’, superados ya en las
modernas naciones europeas, y que significaban un lastre para el desarrollo
económico, la civilización o el progreso. (ORREGO PENAGOS, Juan Luis – 2005)
En
este sentido, la ‘europeización’ de América Latina se debió a la iniciativa de
las élites locales, fuertemente impregnadas por el liberalismo, atraídas por
los adelantes técnicos y por el creciente poderío económico de Inglaterra (y de
los Estados Unidos) y por los modos de vida, el progreso intelectual y el
refinamientos franceses. Al mismo tiempo, la aplicación de la técnica a la
producción (máquina a vapor) y a las comunicaciones (navegación a vapor,
ferrocarriles y telégrafo) hicieron posible la divulgación de la cultura
europea (…). Progresivamente se fue identificando a Europa como la cuna de
todos los progresos y ‘europeo’ se convirtió en sinónimo de ‘civilizado’ (…). En este sentido, eran cuatro los problemas que preocupaban a los estadistas
argentinos: el fenomeno de la inmigracion, el progreso economico, la ordenacion
legal del Estado y el desarrollo de la educacion publica. (ORREGO PENAGOS, Juan Luis – 2005)
Para
comprender la a la ordenación legal del Estado, es necesario identificar la
historia constitucional de América del Sur comprendida por dos periodos desde
el siglo XIX, que dejarán su impronta en
la misma: uno que principia en 1810 y concluye con la guerra de independencia
contra España, y otro que data de esta época y acaba en nuestros días.
En
este primer periodo, las constituciones dadas, Alberdi manifiesta que “fueron
expresión completa de la necesidad dominante de ese tiempo: acabar con el poder
político que Europa había ejercido” promoviendo la independencia y la libertad;
y critica la relegación en segundo orden de cuestiones como “la riqueza, el
progreso material, el comercio, la población, la industria, en fin, todos los
intereses económicos”. La espera por la independencia era tal para la época que
a través del artículo 4 de la constitución de 1826, otorga la “ciudadanía a los
extranjeros que han combatido o combatiesen en los ejércitos de mar y tierra de
la República”. De este modo, la guerra, era un medio para obtener la ciudadanía
sin residencia; “y el extranjero benemérito a la industria y al comercio, que
había importado capitales, máquinas, nuevos procederes industriales, no era
ciudadano a pesar de esto, si no se
había ocupado en derramar sangre argentina o extranjera”.
En
palabras del autor, “las Republicas de la América del Sud son producto y
testimonio vivo de la acción de Europa en América”. Por ello plantea que si
bien se promovió la búsqueda por la libertad e independencia europea, acabando
con la acción española en este continente, hoy (haciendo alusión a la realidad
sociocultural del siglo XIX) “hoy somos europeos que hemos cambiado de
maestros: a la iniciativa española ha sucedido la inglesa y francesa. Pero
siempre es Europa la obrera de nuestra civilización. El medio de acción ha
cambiado, pero el producto es el mismo”. Y continúa Alberdi explícitamente “Es
tiempo de reconocer esta ley de nuestro progreso americano, y volver a llamar
en socorro de nuestra cultura incompleta a esa Europa, que hemos combatido y
vencido por las armas en los campos de batalla, pero que estamos lejos de
vencer en los campos del pensamiento y de la industria”.
En relación
al desarrollo de la educación en este contexto sociocultural, se insiste en la
necesidad de educar a los habitantes de nuestra República, como medio para
poder sacar a la misma del retraso del que se encuentran. En palabras de
Alberdi: “Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello
ser instruida en las artes y ciencias auxiliares de la industria. El tipo de
nuestro hombre sudamericano debe ser el hombre formado para vencer al grande y
agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la
naturaleza bruta y primitiva de nuestro continente. (…) La industria es el
único medio de encaminar la juventud al orden. (…) Ella conduce por el
bienestar y por la riqueza al orden, por el orden a la libertad: ejemplos de
ello Inglaterra y los Estados Unidos. La instrucción en América debe encaminar
sus propósitos a la industria. La industria es el gran medio de moralización”.
Se
creía o se veía a la educación como medio para dirigir a las masas al orden,
pero ello no basta para conducir a América al progreso, sino que dicho orden
deberá atraer a inmigrantes extranjeros que traerán elementos ya formados y
hábitos preparados para generar un desarrollo cultural y progreso posible.
Para
ello, resultaría necesario establecer políticas y tratados que sirvan de
atractivo y fomento para la inmigración europea. En este sentido, Alberdi creía
necesario enfocar la atención el establecimiento de medidas tales como:
Tratados extranjeros: Firmad tratados con el extranjero en
que deis garantías de que sus derechos naturales de propiedad, de libertad
civil, de seguridad, de adquisición y de tránsito, les serán respetados. Esos
tratados serán la más bella parte de la Constitución; la parte exterior, que es
llave del progreso de estos países, llamados a recibir su acrecentamiento de
fuera. (…) Los tratados de amistad y comercio son el medio honorable de colocar
la civilización sudamericana bajo el protectorado de la civilización del mundo
(…). Consignad los derechos y garantías civiles, que ellas otorgan a sus
habitantes, en tratados de amistad, de comercio y de navegación con el
extranjero. Manteniendo, haciendo él mantener los tratados, no hará sino
mantener nuestra Constitución. Cuantas más garantías deis al extranjero,
mayores derechos asegurados tendréis en vuestro país.
Plan de inmigración. -La inmigración espontánea es la
verdadera y grande inmigración. Nuestros gobiernos deben provocarla, no
haciéndose -93- ellos empresarios, no por mezquinas concesiones de terreno
habitables por osos, (…) sino por el sistema grande, largo y desinteresado, que
ha hecho nacer a California en cuatro años por la libertad prodigada, por
franquicias que hagan olvidar su condición al extranjero, persuadiéndole de que
habita su patria; facilitando, sin medida ni regla, todas las miras legítimas,
todas las tendencias útiles.
Tolerancia religiosa. -Si queréis pobladores morales y
religiosos, no fomentéis el ateísmo. Si queréis familias que formen las
costumbres privadas, respetad su altar a cada creencia. (…) Esto es verdadero a
la letra: excluir los cultos disidentes de la América del Sud, es excluir a los
ingleses, a los alemanes, a los suizos, a los norteamericanos, que no son
católicos; es decir, a los pobladores de que más necesita este continente.
Inmigración mediterránea. -Hasta aquí la inmigración europea ha
quedado en los pueblos de la costa, y de ahí la superioridad del litoral de
América, en cultura, sobre los pueblos de tierra adentro. (…) Pero el medio más
eficaz de elevar la capacidad y cultura de nuestros pueblos de situación
mediterránea a la altura y capacidad de las ciudades marítimas, es aproximarlos
a la costa, por decirlo así, mediante un sistema de vías de transporte grande y
liberal, que los ponga al alcance de la acción civilizante de Europa.
Ferrocarriles: Es preciso traer las capitales a las
costas, o bien llevar el litoral al interior del continente. (…) Sin el
ferrocarril no tendréis unidad política en países donde la distancia hace
imposible la acción del poder central (…).
Para
tener ferrocarriles, abundan medios en estos países. Negociad empréstitos en el
extranjero, empeñad vuestras rentas y bienes nacionales para empresas que los
harán prosperar y multiplicarse. (…) Pero no obtendréis préstamos si no tenéis
crédito nacional, es decir, un crédito fundado en las seguridades y
responsabilidades unidas de todos -99- los pueblos del Estado. (…) Uníos en
cuerpo de nación, consolidad la responsabilidad de vuestras rentas y caudales
presentes y futuros, y tendréis quien os preste millones para atender a
vuestras necesidades locales y generales; porque si no tenéis plata hoy, tenéis
los medios de ser opulentos mañana.
Franquicias, privilegios: (…) Dejad que los tesoros de fuera como los hombres se
domicilien en nuestro suelo. Rodead de inmunidad y de privilegios el tesoro
extranjero, para que se naturalice entre nosotros. Esta América necesita de
capitales tanto como de población. (…) Pero el peso es un inmigrado que exige
muchas concesiones y privilegios. Dádselos, porque el capital es el brazo izquierdo
del progreso de estos países.
Navegación interior: -Los grandes ríos, (…) son otro medio
de internar la acción civilizadora de Europa por la imaginación de sus
habitantes en lo interior de nuestro continente. (…) Hacerlos del dominio
exclusivo de nuestras banderas indigentes y pobres, es como tenerlos sin
navegación. (…)
La
implantación de estas medidas y el nuevo aluvión inmigratorio que va a
caracterizar el periodo entre 1850 y 1880 especialmente, va a conducir a la
conformación de un nuevo modelo económico, que va a definir a las regiones
latinoamericanas de esta época, conocido como “agroexportador”. Mientras que en
la primera mitad del siglo XIX encontramos en estos países un paisaje dominado
por estancias dedicadas pura y exclusivamente al sector ganadero, tras la inmigración
se introducirán técnicas de producción que permitirán un desarrollo del sector
agrícola, ya no para su consumo, sino también para la exportación. Pero, el
crecimiento de este sector, no se armonizó con otros de distinta índole, que
permita un mayor desarrollo económico, el avance de una importante industria
quedo relegado.
Así,
nuestro país se insertó como una región productora de materias primas en la
división internacional del trabajo. Se crea un crecimiento económico que
dependerá de forma permanente “del afuera”, es decir, de coyunturas económicas
externas.
Este
modelo tampoco benefició a todas las regiones que componían nuestro país, de lo
contrario, aumento su dicotomía, y acentuó la centralización concéntrica de las
tierras litorlaeñas que permitían el desarrollo de este modelo económico,
favorecidas además por su cercanía al gran puerto de Buenos Aires al cual
estaban destinadas todas las producciones agropecuarias.
De
lo descripto podemos analizar que el papel que ha jugado nuestra legislación en
el desarrollo de las políticas públicas y la conformación de la identidad
nacional fue buscar de forma permanente el progreso de nuestro país, pero no
desarrollando la cultura propia, caracterizándola despectivamente de bárbara, sino suplantándola por la
“civilización”, por la cultura “superior” blanca, diluyéndose lo que nos
caracterizaba como tal.
Conocer
estas coyunturas políticas, sociales, económicas, culturales, nos permite, no
continuar relegándonos de lo pasado y condenando a los actores que
caracterizaron este periodo, pero si construir un análisis crítico de estos
acontecimientos, que nos conduzca a dejar de reproducir, en otro contexto,
empleando otras estrategias, estas fallas en nuestro tiempo.
FUENTES:
Juan Bautista Alberdi. Bases y puntos de partida para la organización política de la República de ArgentinaFUENTES:
ORREGO PENAGOS, Juan Luis. (2005). “La ilusión del progreso: Los caminos hacia el Estado-Nación en el Perú
y América Latina” (1820 – 1860). Universidad católica de Perú. Pág. 17, 18,
31, 32.
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