viernes, 29 de agosto de 2014

TRABAJO PRÁCTICO N° 3 - Cecilia Brussini

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“(…) En 1852, el problema seguía siendo como transferir el poder de los estados provinciales a una unidad política más amplia, que tuviera en sus manos los recursos públicos derivados del comercio y del crédito, así como la fuerza de las armas. De otro lado, para lograr un nuevo marco de organización y funcionamiento social, el orden se erigía como una cuestión dominante. Para muchos intelectuales era la cuestión de fondo que permitiría el progreso. La idea de orden excluía a todos aquellos elementos que pudieran obstruir el progreso (montoneros, caudillos e indios, por ejemplo). Desde esta perspectiva, el orden implicaba también definir lo que era la ciudadanía, en tanto se debía establecer quiénes serían considerados miembros legítimos de la nueva sociedad. El proyecto tenía, además, proyecciones externas. En efecto, su instauración ayudaría a obtener la confianza en el exterior para atraer capitales e inmigrantes, sin cuyo concurso la perspectiva del progreso era irrealizable. (ORREGO PENAGOS, Juan Luis – 2005)
Durante la década de 1850, la civilización frente a la barbarie fue la divisa de muchos de los dirigentes en América Latina. Ella reflejaba la concepción que tenían de sus países: una sociedad en la que sobrevivían elementos que se adjudicaban al Antiguo Régimen, con comportamientos ‘irracionales’, superados ya en las modernas naciones europeas, y que significaban un lastre para el desarrollo económico, la civilización o el progreso. (ORREGO PENAGOS, Juan Luis – 2005)
En este sentido, la ‘europeización’ de América Latina se debió a la iniciativa de las élites locales, fuertemente impregnadas por el liberalismo, atraídas por los adelantes técnicos y por el creciente poderío económico de Inglaterra (y de los Estados Unidos) y por los modos de vida, el progreso intelectual y el refinamientos franceses. Al mismo tiempo, la aplicación de la técnica a la producción (máquina a vapor) y a las comunicaciones (navegación a vapor, ferrocarriles y telégrafo) hicieron posible la divulgación de la cultura europea (…). Progresivamente se fue identificando a Europa como la cuna de todos los progresos y ‘europeo’ se convirtió en sinónimo de ‘civilizado’ (…). En este sentido, eran cuatro los problemas que preocupaban a los estadistas argentinos: el fenomeno de la inmigracion, el progreso economico, la ordenacion legal del Estado y el desarrollo de la educacion publica. (ORREGO PENAGOS, Juan Luis – 2005)
Para comprender la a la ordenación legal del Estado, es necesario identificar la historia constitucional de América del Sur comprendida por dos periodos desde el siglo XIX,  que dejarán su impronta en la misma: uno que principia en 1810 y concluye con la guerra de independencia contra España, y otro que data de esta época y acaba en nuestros días.
En este primer periodo, las constituciones dadas, Alberdi manifiesta que “fueron expresión completa de la necesidad dominante de ese tiempo: acabar con el poder político que Europa había ejercido” promoviendo la independencia y la libertad; y critica la relegación en segundo orden de cuestiones como “la riqueza, el progreso material, el comercio, la población, la industria, en fin, todos los intereses económicos”. La espera por la independencia era tal para la época que a través del artículo 4 de la constitución de 1826, otorga la “ciudadanía a los extranjeros que han combatido o combatiesen en los ejércitos de mar y tierra de la República”. De este modo, la guerra, era un medio para obtener la ciudadanía sin residencia; “y el extranjero benemérito a la industria y al comercio, que había importado capitales, máquinas, nuevos procederes industriales, no era ciudadano a pesar de esto, si  no se había ocupado en derramar sangre argentina o extranjera”.
En palabras del autor, “las Republicas de la América del Sud son producto y testimonio vivo de la acción de Europa en América”. Por ello plantea que si bien se promovió la búsqueda por la libertad e independencia europea, acabando con la acción española en este continente, hoy (haciendo alusión a la realidad sociocultural del siglo XIX) “hoy somos europeos que hemos cambiado de maestros: a la iniciativa española ha sucedido la inglesa y francesa. Pero siempre es Europa la obrera de nuestra civilización. El medio de acción ha cambiado, pero el producto es el mismo”. Y continúa Alberdi explícitamente “Es tiempo de reconocer esta ley de nuestro progreso americano, y volver a llamar en socorro de nuestra cultura incompleta a esa Europa, que hemos combatido y vencido por las armas en los campos de batalla, pero que estamos lejos de vencer en los campos del pensamiento y de la industria”.
En relación al desarrollo de la educación en este contexto sociocultural, se insiste en la necesidad de educar a los habitantes de nuestra República, como medio para poder sacar a la misma del retraso del que se encuentran. En palabras de Alberdi: “Nuestra juventud debe ser educada en la vida industrial, y para ello ser instruida en las artes y ciencias auxiliares de la industria. El tipo de nuestro hombre sudamericano debe ser el hombre formado para vencer al grande y agobiante enemigo de nuestro progreso: el desierto, el atraso material, la naturaleza bruta y primitiva de nuestro continente. (…) La industria es el único medio de encaminar la juventud al orden. (…) Ella conduce por el bienestar y por la riqueza al orden, por el orden a la libertad: ejemplos de ello Inglaterra y los Estados Unidos. La instrucción en América debe encaminar sus propósitos a la industria. La industria es el gran medio de moralización”.
Se creía o se veía a la educación como medio para dirigir a las masas al orden, pero ello no basta para conducir a América al progreso, sino que dicho orden deberá atraer a inmigrantes extranjeros que traerán elementos ya formados y hábitos preparados para generar un desarrollo cultural y progreso posible.
Para ello, resultaría necesario establecer políticas y tratados que sirvan de atractivo y fomento para la inmigración europea. En este sentido, Alberdi creía necesario enfocar la atención el establecimiento de medidas tales como:
Tratados extranjeros: Firmad tratados con el extranjero en que deis garantías de que sus derechos naturales de propiedad, de libertad civil, de seguridad, de adquisición y de tránsito, les serán respetados. Esos tratados serán la más bella parte de la Constitución; la parte exterior, que es llave del progreso de estos países, llamados a recibir su acrecentamiento de fuera. (…) Los tratados de amistad y comercio son el medio honorable de colocar la civilización sudamericana bajo el protectorado de la civilización del mundo (…). Consignad los derechos y garantías civiles, que ellas otorgan a sus habitantes, en tratados de amistad, de comercio y de navegación con el extranjero. Manteniendo, haciendo él mantener los tratados, no hará sino mantener nuestra Constitución. Cuantas más garantías deis al extranjero, mayores derechos asegurados tendréis en vuestro país.
Plan de inmigración. -La inmigración espontánea es la verdadera y grande inmigración. Nuestros gobiernos deben provocarla, no haciéndose -93- ellos empresarios, no por mezquinas concesiones de terreno habitables por osos, (…) sino por el sistema grande, largo y desinteresado, que ha hecho nacer a California en cuatro años por la libertad prodigada, por franquicias que hagan olvidar su condición al extranjero, persuadiéndole de que habita su patria; facilitando, sin medida ni regla, todas las miras legítimas, todas las tendencias útiles.
Tolerancia religiosa. -Si queréis pobladores morales y religiosos, no fomentéis el ateísmo. Si queréis familias que formen las costumbres privadas, respetad su altar a cada creencia. (…) Esto es verdadero a la letra: excluir los cultos disidentes de la América del Sud, es excluir a los ingleses, a los alemanes, a los suizos, a los norteamericanos, que no son católicos; es decir, a los pobladores de que más necesita este continente.
Inmigración mediterránea. -Hasta aquí la inmigración europea ha quedado en los pueblos de la costa, y de ahí la superioridad del litoral de América, en cultura, sobre los pueblos de tierra adentro. (…) Pero el medio más eficaz de elevar la capacidad y cultura de nuestros pueblos de situación mediterránea a la altura y capacidad de las ciudades marítimas, es aproximarlos a la costa, por decirlo así, mediante un sistema de vías de transporte grande y liberal, que los ponga al alcance de la acción civilizante de Europa.
Ferrocarriles: Es preciso traer las capitales a las costas, o bien llevar el litoral al interior del continente. (…) Sin el ferrocarril no tendréis unidad política en países donde la distancia hace imposible la acción del poder central (…).
Para tener ferrocarriles, abundan medios en estos países. Negociad empréstitos en el extranjero, empeñad vuestras rentas y bienes nacionales para empresas que los harán prosperar y multiplicarse. (…) Pero no obtendréis préstamos si no tenéis crédito nacional, es decir, un crédito fundado en las seguridades y responsabilidades unidas de todos -99- los pueblos del Estado. (…) Uníos en cuerpo de nación, consolidad la responsabilidad de vuestras rentas y caudales presentes y futuros, y tendréis quien os preste millones para atender a vuestras necesidades locales y generales; porque si no tenéis plata hoy, tenéis los medios de ser opulentos mañana.
Franquicias, privilegios: (…) Dejad que los tesoros de fuera como los hombres se domicilien en nuestro suelo. Rodead de inmunidad y de privilegios el tesoro extranjero, para que se naturalice entre nosotros. Esta América necesita de capitales tanto como de población. (…) Pero el peso es un inmigrado que exige muchas concesiones y privilegios. Dádselos, porque el capital es el brazo izquierdo del progreso de estos países.
Navegación interior: -Los grandes ríos, (…) son otro medio de internar la acción civilizadora de Europa por la imaginación de sus habitantes en lo interior de nuestro continente. (…) Hacerlos del dominio exclusivo de nuestras banderas indigentes y pobres, es como tenerlos sin navegación. (…)
Proclamad la libertad de sus aguas. Y para que sea permanente, para que la mano instable de nuestros gobiernos no derogue hoy lo que acordó ayer, firmad tratados perpetuos de libre navegación.

La implantación de estas medidas y el nuevo aluvión inmigratorio que va a caracterizar el periodo entre 1850 y 1880 especialmente, va a conducir a la conformación de un nuevo modelo económico, que va a definir a las regiones latinoamericanas de esta época, conocido como “agroexportador”. Mientras que en la primera mitad del siglo XIX encontramos en estos países un paisaje dominado por estancias dedicadas pura y exclusivamente al sector ganadero, tras la inmigración se introducirán técnicas de producción que permitirán un desarrollo del sector agrícola, ya no para su consumo, sino también para la exportación. Pero, el crecimiento de este sector, no se armonizó con otros de distinta índole, que permita un mayor desarrollo económico, el avance de una importante industria quedo relegado.
Así, nuestro país se insertó como una región productora de materias primas en la división internacional del trabajo. Se crea un crecimiento económico que dependerá de forma permanente “del afuera”, es decir, de coyunturas económicas externas.
Este modelo tampoco benefició a todas las regiones que componían nuestro país, de lo contrario, aumento su dicotomía, y acentuó la centralización concéntrica de las tierras litorlaeñas que permitían el desarrollo de este modelo económico, favorecidas además por su cercanía al gran puerto de Buenos Aires al cual estaban destinadas todas las producciones agropecuarias.


De lo descripto podemos analizar que el papel que ha jugado nuestra legislación en el desarrollo de las políticas públicas y la conformación de la identidad nacional fue buscar de forma permanente el progreso de nuestro país, pero no desarrollando la cultura propia, caracterizándola despectivamente  de bárbara, sino suplantándola por la “civilización”, por la cultura “superior” blanca, diluyéndose lo que nos caracterizaba como tal.

Conocer estas coyunturas políticas, sociales, económicas, culturales, nos permite, no continuar relegándonos de lo pasado y condenando a los actores que caracterizaron este periodo, pero si construir un análisis crítico de estos acontecimientos, que nos conduzca a dejar de reproducir, en otro contexto, empleando otras estrategias, estas fallas en nuestro tiempo.

FUENTES:
Juan Bautista Alberdi. Bases y puntos de partida para la organización política de la República de Argentina


ORREGO PENAGOS, Juan Luis. (2005). “La ilusión del progreso: Los caminos hacia el Estado-Nación en el Perú y América Latina” (1820 – 1860). Universidad católica de Perú. Pág. 17, 18, 31, 32.

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